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Alberto Ísola: “Me sorprende que no nos hayan acusado de apología al terrorismo por Los Argonautas”

 

En el Perú de hoy, un artista puede ganarse el título de “terrorista”. Pero la tendencia a incurrir en la figura literaria de la exageración no se compara a ninguna de las batallas que ha librado Alberto Ísola en sus 52 años de trayectoria artística.

El director y actor llenó teatros cuando el país sangraba durante el conflicto armado interno, se enfrentó a la policía para hacerle frente a la propuesta del gobierno de Toledo de quitarle la exoneración del 18% a los espectáculos teatrales, se despidió de esa conexión electrizante del teatro presencial por la pandemia del covid-19 y, cada día, lucha para que las artes escénicas sean parte de la vida de los peruanos, en un país que quiere acallarlas y no cuenta con suficientes facultades de arte a nivel nacional.

Alberto considera sagrados sus domingos, aunque admita que en la carrera del artista no existen los días libres. Cuando la semana está a punto de terminar, lee, va al cine y abraza esos momentos de soledad, paz e intimidad, tan necesarios para alguien que siempre está rodeado de personas. Sin embargo, no puede negarse a conversar de teatro: “Nada en la vida me da lo que me da el teatro”, apunta Ísola.

Si tu padre hubiese mostrado un rechazo profundo a que te dediques al teatro, ¿crees que serías el Alberto Ísola que hoy todos conocemos?

Sí y no. Yo no lo tenía muy claro desde que, a mis 15 años, vi un ensayo de teatro por primera vez en mi vida. Sabía que era lo quería. A mi padre, por ser mi padre, le pedí permiso, pero probablemente hubiera encontrado la manera de conseguirlo. No concebía la posibilidad de hacer otra cosa.

Parece que el teatro es el amor de tu vida. ¿Qué hace que no puedas imaginarte una vida sin él?

Desde muy chico yo quería escribir gracias a mis abuelas extraordinarias que me regalaban libros. Descubrí el cine y quería ser director, pero era un poquito complicado. Aun así, le estaba dando vueltas.

En el teatro encontré lo que me hubiese dado el cine: escribir en el espacio y en tiempo con personas reales a través de esa comunicación inmediata del teatro. Lo que me gusta del teatro es esa relación directa, esa cosa mágica que sucede, que es muy frágil, que se puede interrumpir y cada noche es distinta. En el cine, en cambio, una parte de los dos lados ya no está ahí, puede hasta estar muerta o en otro país, pero en el teatro esa fuerza está ahí.

La creación colectiva “Los Argonautas”, en la que interpretas a Giorgio, está llenando las salas, mientras otros teatros en Lima no tienen la misma suerte. ¿Cuáles son los secretos para llenar una un recinto?

No se sabe. Creo que el gran problema, el de raíz, es la ausencia de una política cultural. Creo que es algo que arrastramos de nuestra historia republicana. Solo ha habido dos momentos en los que un gobierno se hizo cargo de las artes vivas como parte de la vida de los peruanos, el de Bustamente y Rivero y Velasco.

Me dicen que yo hago obras y se llenan. Mentira. He hecho obras, recientemente, donde la sala estaba medio vacía. Nunca se sabe porque no hay un flujo constante de público, y eso hace que todo sea muy inestable. Por ello creo que es imposible dedicarse solo profesionalmente al teatro. Yo me dedico al teatro, pero vivo de mi trabajo como profesor de la Pontificia Universidad Católica.

Al no tener una política cultural (que englobe todo, no solo los subsidios económicos) el esfuerzo que se hace es individual, ya sea de instituciones o individuos, pero no se resuelve el problema más grande del teatro en el Perú: la ausencia de un público constante.

Actualmente, el gobierno de Dina Boluarte, lejos de querer impulsar una política cultural, está buscando recortar los impulsos económicos destinados al cine y las artes escénicas, incluso el sector de la ultraderecha conservadora está en contra del financiamiento de la película LGTB “Arde Lima”, ¿cómo interpretas este contexto?

Antes no había Ministerio de Cultura, ahora lo hay, pero es un horror. Por ejemplo, el Gran Teatro Nacional está en manos de una persona que no tiene idea de lo que pasa. En los últimos años se crearon una serie de estímulos para las artes escénicas, que ahora están a punto de desaparecer.

El gobierno que tenemos es muy contradictorio. Es un gobierno legal, pero es corrupto y el Congreso, una vergüenza. El movimiento de la derecha, especialmente, me preocupa sobremanera, más ahora que han querido declarar la transexualidad como una enfermedad.

En este momento, el apoyo del público es la forma de dar la contra una política nefasta a todo nivel.

Desde los sectores conservadores se tilda de “apología al terrorismo” a todo contenido artístico que sea disidente, cuestione y nos hable de memoria histórica, como sucedió recientemente con la película “La Piel Más Temida”. ¿Qué opinas de estos ataques?

 La apología al terrorismo es uno de los muchos instrumentos que tratan de aplicar, pero no está funcionando, hasta ahora son acusaciones, pero hay una reacción constante de la opinión pública. Toda esta visión parte de un total desconocimiento por parte de las figuras del gobierno de la realidad de las artes escénicas y del cine en el Perú.

La apología al terrorismo es uno de los muchos instrumentos que tratan de aplicar, pero no está funcionando, hasta ahora son acusaciones, pero hay una reacción constante de la opinión pública. Toda esta visión parte de un total desconocimiento por parte de las figuras del gobierno de la realidad de las artes escénicas y del cine en el Perú.

¿Cómo han de responder los directores de cine y teatro?

Con contenido que cuestione.

Ahora hay dos tipos de censura: la directa, que no se está dando y una más sutil, que los cines sacan la película inmediatamente a penas haya poco público. El teatro tiene una ventaja porque no pasa eso. Si creo que hay esa corriente (censura sutil), yo la siento, pero desde las artes escénicas hay una reacción constante: la única forma de contrarrestarlo es seguir trabajando y hasta ahora no ha habido ningún intento que lo haya conseguido.

Cuando sucedió el atentado en Tarata, donde murieron 25 personas y 150 quedaron heridas por los cochebomba de Sendero Luminoso, Alberto Ísola presentó una obra en el Teatro Larco, a solo cuatro cuadras del lugar de la tragedia. A los días de Tarata, estaba a punto de migrar a Venezuela, pero la noticia de la captura del líder de SL, Abimael Guzmán, lo hizo quedarse. 

¿Crees que el Perú se está adentrando a un régimen que odia a las artes?

No creo que una censura total esté ocurriendo porque no lo han conseguido, pero sí han logrado en la medida con los cines.

No ha sido muy distinto en los 52 años que llevo haciendo teatro. De una manera o de otra, esto ha estado presente y el teatro y las artes han sobrevivido. Uno piensa que no deberían sobrevivir, sino deberían tener una vida plena, y esto nos remonta, nuevamente, a una política cultural.

Se responde con agresividad e ignorancia. Me sorprende que no nos hayan acusado con apología al terrorismo por el espectáculo (Los Argonautas) que estamos haciendo. No se menciona un solo nombre, pero gran parte del espectáculo habla del terrorismo. No ha pasado porque creo que no lo consideran tan importante porque creen que no llegan tantas personas.

¿Cómo es el trabajo de un artista en un país que no apoya a las artes?

Me he quedado todo el tiempo y a veces pienso que es un acto de resistencia frente a ciertas cosas, y a veces siento que tiene un sabor autodestructivo porque a veces me preguntó qué hago aquí, pero siento que, en este momento, esté donde esté, vivimos una situación de crisis total, pero prefiero dar la pelea aquí.

Yo considero que mi trabajo es siempre una actitud de lucha, siempre estoy luchando contra algo, no solo contra ideas y conceptos, sino contra realidades e imposiciones políticas. Hasta ahora, a mis 71 años, sigo peleando.

Si uno hace esto, es porque te apasiona. Si tuviera que darte razones lógicas, las tumbarías muy rápido. Entonces, si me pongo lógico y práctico te diría: “Bueno, en realidad, tengo que cambiar de oficio o irme a otro lugar”.

Has pasado por el conflicto armado interno y el covid-19. ¿Cuál ha sido la batalla más grande que has tenido?

Mi batalla personal sigue siendo que el teatro y las artes escénicas sean parte de la vida de los peruanos. Quisiera que la gente piense: tengo el fin de semana libre, me voy al teatro, porque habla de cosas que me interesan y lo puedo pagar. Es una batalla porque esto sea una opción. La lucha es seguir haciendo teatro y crear situaciones para que hacer teatro sea una opción absolutamente viable.

Siempre mencionas que el teatro saca lo mejor de uno, de una sociedad y también lo has llamado como el semillero del cambio, pero, ¿crees que también puede ser utilizado como un arma letal?

Claro que sí. Creo que un arte conformista es imposible de entender. Todo impulso artístico desea lo mejor, el cambio, desde lo más extremo a lo más suave.

A mí siempre me interesan cosas que me desafían. El teatro es un espacio donde se pueden decir ciertas cosas. No creo en los mensajes evidentes, en la predica, no creo en el proselitismo en el teatro, creo que el teatro es un espacio de reflexión muy profundo, lo que no implica que no se relacione con lo que nos rodea, pero va hacia cosas más profundas.

¿De qué manera se puede profundizar a través del teatro?

Las artes no pueden competir con los medios de comunicación. Por ejemplo, frente a las imágenes de los bombardeos en Gaza, a nivel artístico se puede indagar por qué eso pasa, no solo a nivel político, sino también desde un análisis de lo humano.

El teatro debe ir hacia lo más profundo, de por qué esas cosas suceden. Frente a un noticiero no hay posibilidad de competencia, tampoco la necesidad de hacerlo. El arte va hacia cosas más complejas, esenciales del ser humano. Creo que ahí es donde el arte tiene su sentido.

Un territorio liberado y otro por liberar

En sus 52 años de trayectoria artística, Alberto representó al mundo de Shakespeare; pero se quedó con las ganas de darle vida a Hamlet, papel que no le dieron alguna vez por su aspecto físico.


Hoy en día la tendencia social es aceptar las diversidades de cuerpos, identidades y razas, ¿crees que en el teatro se pueden ofrecer nuevas versiones de personajes que ya conocemos de una manera hegemónica?

Siempre lo he sentido. Una de las cosas positivas que estamos viviendo es la idea de la inclusión. En mi trabajo como director siempre he peleado por eso. Nunca he pensado en el aspecto físico o color de piel, eso ha sido parte de mi batalla personal. La inclusión en el teatro es uno de los pocos signos de salud en tiempos donde parece que todos estamos enfermos.

Siempre le he dicho a mis alumnos que el teatro es un territorio liberado, donde creo que todo se puede hacer. Pero a veces me preocupa una cierta literalidad, que entiendo dentro de un contexto, como que solo un actor trans puede hacer de un personaje trans.

Yo creo que el teatro es un espacio de transgresión. Yo creo que un actor trans puede ser cualquier personaje, hoy no es bien visto porque estamos en un momento de revalorización, pero es importante no quedarnos en lo literal y permitir que las artes sea un espacio donde la inclusión sea absoluta y a todo nivel.

Un actor trans tiene el derecho de poder hacer todo.

¿Alguna vez te ha generado un conflicto interno llegar a esos cánones hegemónicos de belleza?

Ese comentario sobre Hamlet me generó rebeldía, no lo tomé en absoluto como una condena, dije que no lo hare ahora, pero hare otras cosas después. Pero está ahí y estuvo siempre.

Yo inclusive nunca quise ser actor, no fue parte de mí, quizás porque en el fondo no me veía a mí mismo como actor. Pero no siento que no me he atrevido a hacer ciertas cosas por el condicionamiento físico, pero existe.

Lo he sentido más en la televisión. He estado 10 años en la TV, entré por motivos económicos y familiares, me hizo más conocido, tuvo su lado bueno, pero los cánones de casting en la TV peruana siguen siendo fatales y eso que hemos crecido.

Te topas con criterios racistas, sexistas. Están. Entonces, se dice: yo no te acepto porque no cumples con las cuotas raciales o de género. Creo que es una de las carreras con más porcentajes de abandono. Muchas veces tiene que ver con eso.

¿Conoces algún caso de abandono?

Mi mejor amigo. Se cansó de hacer colas para casting, de sentir que no entraba dentro de ciertos parámetros, que no tenía ciertos atractivos físicos para la televisión, y era un actor sumamente talentoso.

¿Pasa lo mismo con el teatro?

En el teatro creo que esto no pasa. Por lo menos en el teatro que yo hago o me ha rodeado, creo que, todo lo contrario, pero la TV sí, al igual que la publicidad.

En el teatro, decimos antes de la función que es un espacio donde no hay discriminación y es cierto. Entonces yo cada noche antes de salir a la escena digo que es así en este pequeño recinto, pero cuando salimos a la televisión sigue habiendo parámetros espantosamente reaccionarios, injustos y que no reflejan la verdadera diversidad de este país.

¿Qué pasa con los actores que no cumplen con los cánones hegemónicos?

Hay papeles para ellos, pero nunca son protagonistas. No se contará su historia, sino la de otro personaje. Siguen primando criterios muy discutibles.

¿Qué te dejó tu pasó por la televisión?

Descubrí que la televisión es una industria. Los criterios que maneja la gente de televisión no buscan la mejora del ser humano ni el cambio social y esperar que eso suceda es como pedirle peras al olmo.

Recuerdo que una vez hice un piloto para un canal de televisión, pero me dijeron: “mira, es demasiado inteligente”. No me dijeron, es demasiado intelectual, es demasiado inteligente, que el famoso sector C y D no lo entendería.

Respondí que mientras no se ofrezca nada nuevo, seguramente no lo van a entender. Y ahí es donde yo entendí claramente que la televisión no era opción. Por ejemplo, la película Chabuca (filme LGTB biográfico sobre Ernesto Pimentel) no hubiera sido posible en TV.

Respecto a la película Chabuca, se puede observar cómo la movida artística limeña de ese entonces estaba conformada por muchos artistas de la comunidad LGTB, ¿por qué crees que esta comunidad se acerca a las artes?

Porque es un espacio de expresión, afirmación. Una gran directora francesa decía que hacer teatro es como una pequeña utopía, porque lo que pasa cuando uno hace una obra de teatro es que un grupo de personas muy distintas entre sí a todo nivel se reúne con un objetivo común y lo logra, permitiendo además que se respete en ese espacio la identidad de cada uno.

Yo creo que el teatro es un espacio liberado donde eso se fomenta. Una cosa que más me gusta de hacer teatro siempre es la diferencia, cómo personas tan diferentes entre nosotros, de todo tipo de diferencia, podemos conseguir tener un discurso en común y eso me parece un ejemplo. Yo creo que el teatro, en ese sentido, es un ejemplo de lo que debería ser la sociedad.

Si el teatro es un espacio tan diverso, entonces las narrativas deben serlo también

La mayoría de obras de teatro que ves en Lima tienen que ver con darle voz a la gente que no la ha tenido, o que hasta ahora no la tienen.

Estas narrativas pueden ser cuestionadas por sectores conservadores, ¿alguna vez has sentido miedo de ciertas narrativas?

No, nunca, nunca. Pero si he tenido temor de que a veces ciertas cosas fuera de contexto se tergiversen. Me pasó una vez con una obra que queríamos hacer en los años 80 de un autor argentino que era muy interesante, pero en ese momento nos dimos cuenta que en el contexto la obra iba a acabar siendo visto como absolutamente pro Sendero.

Lo que pasa con el teatro es una cosa fantástica. Aunque la obra suceda en Noruega, o en el siglo XVIII, o lo que sea, el público, inmediatamente, y de manera natural, va a sumir que eso tiene que ver con ellos, porque compartimos el mismo aire, nos vamos en el mismo transporte público, tenemos la misma presidente.

El Perú está en una época de transformación. Se está hablando más de migración, género, violencia y memoria histórica. En ese sentido, ¿consideras que el teatro tiene una cuota de responsabilidad para hacer política o hablar de ciertos temas?

Absolutamente. Pero yo no me impongo hablar de cierto tema, elijo un texto porque me impresiona, me inquieta y me afecta. Quiero plantear cosas, sugerir, abrir posibilidades y el debate. Yo no creo que el arte ha de eludir su compromiso político, por supuesto que no, pero creo que ese compromiso va por otro lado. El teatro es una fiesta para todos, donde todos están invitados, y se pregunta a los demás para que se cambien las cosas para bien.

En la teoría, el teatro es una “fiesta para todos”, ¿también lo es en la práctica?

No, es totalmente elitista. Eso es una realidad. El problema es que el teatro sigue siendo visto como algo ajeno, como algo de repente inclusive elitista, caro, cuando muchas veces no lo es.

Hablo mucho con los taxistas y la primera pregunta que les hago es si van al teatro o no y la gran mayoría no lo hace. Siempre dicen que es muy caro, cosa que no es cierto, porque se pueden conseguir entradas más baratas que el cine, pero hay una barrera cultural porque se ve al teatro como una cosa inaccesible y ahí viene la formación de público.

A veces nos alegramos porque tenemos la sala llena, pero tenemos que hacer todas las salas estén llenas. Eso tiene que ver también con un replanteamiento de las cosas que nos preocupan.

¿Qué cosas?

Cuando yo empecé en los setentas, nuestras discusiones entre gente de teatro eran sobre el teatro y el sentido del teatro y el contenido del teatro, ahora las conversaciones son cuántas entradas se han vendido en Teleticket. Claro, también es importante que la gente te venga a ver, pero yo siento que el discurso teatral también es muy pobre y eso también tiene que ver con la ausencia de crítica.

No hay crítica en este país. No hay una crítica informada seria. No hay con quien dialogar. Creo que la misión de un crítico es ubicar un espectáculo en una corriente, en un momento histórico. Eso no pasa.

En el Perú falta crítica teatral, pero qué pasaría si hubiera una crítica, y es muy dura, ¿crees que eso aniquilaría a una obra en cartelera?

No, no creo que la aniquile, como pasa en Nueva York. Pero la crítica debe ir con responsabilidad.

¿Cómo tomas las críticas?

Yo no tengo un problema con una mala crítica. No tengo problema con alguien que diga que mi espectáculo no le gustó, pero que me diga por qué, qué pasó y cómo. ¿Cómo se ve la obra en el contexto nacional?

¿Cuál es el teatro que te imaginas?

Yo me imagino el teatro que estamos haciendo ahora con mucho público, una gran afluencia, no solo porque eso implicaría que el teatro se pueda volver una opción de vida, sino también que eso significaría que nos estaríamos escuchando más.

¿Acompañado de una política cultural?

Ya me he acostumbrado tanto a no contar con eso que ni lo menciono, lo que no implica que el gobierno no debería hacer lo que tiene que hacer, pero creo que uno ya está curtido.

Han aprendido a salir adelante sin la ayuda del gobierno

Siempre me acuerdo de la famosa frase de Luis Álvarez, un gran actor que nosotros tuvimos en los años 70s. Una vez le preguntaron cuál cree que debe ser la función del estado frente al arte y dijo: no joder. Ni siquiera intervenir, solo no joder. 

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