Maricucha Chang es una de las hijas del enigmático Imperio celeste. Aunque haya pasado más de la mitad de su vida en tierras costeñas, observando desde lejos lo que sucedía en su natal “Gran China”, se identifica con ambas sociedades: la oriental, que le enseñó a saludar con tres reverencias y aferrada a palillos de incienso a las fotografías de sus queridos difuntos, y la piurana, de la que aprendió a hablar cantando. Si le preguntan por qué atravesó el océano Atlántico hasta llegar a una pequeña ciudad carcomida por las arenas blancas del desierto, su experiencia no se asemeja a la de los primeros culíes asiáticos que llegaron huyendo del fuego cruzado de las guerras del opio para ocupar el trabajo de los africanos e indígenas en las haciendas de la costa del Perú. Ella llegó en 1959 por un acto de “amor”. Su deber era desposar a su difunto esposo Esteban Chang, quien viajó a Cantón para conocerla y concretar el acuerdo simbólico con sus padres. Así iniciaban los noviazgos en la china comunista.
El esposo de Maricucha llegó a
Perú en el año 1954. Su primera parada fue Lima. Allí, en la ciudad del cielo
gris, aprendió un poco de español y se familiarizó tenuemente con la cultura
occidental. Sin embargo, su estadía en la capital fue fugaz porque su padre,
Félix Chang, lo esperaba en Piura con un delantal blanco y un puesto de trabajo
en la empresa familiar, una bodega nombrada como él que ocupaba toda una
esquina frente a la emblemática Catedral y con vista a la Plaza de Armas.
Los Chang llegaron a Piura en
la tercera oleada migratoria. Este último flujo estuvo conformado por pequeños
comerciantes que abrigaban altas expectativas en nuevos territorios más
esperanzadores que la China conquistada por Mao Zedong. A diferencia de la
segunda oleada, los migrantes del siglo XX no llegaron en condición de semiesclavitud
y bajo contrato para salvar al agro de su estado de postración. Al contrario, el censo de 1940, al que tuvieron acceso
las docentes Julissa Gutiérrez Rivas y Cristina Vargas Pacheco, evidenció a un grupo que llegó a asentarse en
el seno de la ciudad, movilizando su economía diaria y confundiéndose con la
población local para integrarse en ella.
Los chinos que aportaron en el mestizaje no solo
provienen de la última oleada. Muchos del flujo migratorio previo se quedaron a
vivir en estas tierras después de terminar su contrato y desprenderse de las
cadenas, tal como lo hizo la comunidad afro al abolirse la esclavitud durante
el gobierno de Ramón Castilla. Los culíes revivieron al agro por más de cuatro
años, ya que, bajo engaños, los hacendados extendieron el tiempo de trabajo
pactado. Por casi una década, laboraron sin descanso y ahorraron el sueldo que
otorgaba la ley del 17 de noviembre de 1849. Pero fue su visión austera la que
les permitió reescribir su historia en estas tierras.
“El salario muy mísero que recibían lo guardaban.
Entonces, cuando terminan sus contratos, invierten. Por eso es que empiezan a
aparecer las famosas bodegas, restaurantes, las fondas, empiezan a hacer sus
negocios”, apunta Julissa Gutiérrez,
docente de Humanidades de la Universidad de Piura y experta en migraciones.
Incluso, cuando llegaron como comerciantes, lo que caracterizó a este grupo racial fue su arduo trabajo y responsabilidad. “El chino venía con la única mentalidad de trabajar. No pensaba en ocho horas de trabajo, en un seguro. Claro que esos son derechos que lo adquiere uno como todo trabajador, pero ellos no. Ellos pueden entrar ahorita a la cocina y están ahí, picando sin parar, o en la bodega echando su cucharón de lo que sea. El trabajo lo consideran como una bendición. Cualquiera no tiene trabajo”, explica Rosa Amelia Chu, la secretaria , amiga y traductora de Maricucha cuando tiene alguna entrevista.
Un pedazo de China en Piura
Los chinos ya se consideraban parte de nuestra
cultura. Levantaron sus negocios, aprendieron lentamente el idioma y se casaron
con gente de la región. Sin embargo, por más de haberse mimetizado muy bien con
la sociedad piurana, entre ellos existía una necesidad psicológica en relación
a su identidad y unidad cultural. Querían poder hablar chino, celebrar las
fiestas que dejaron atrás en la Gran China y recordar quienes solían ser con
personas que pasaron por lo mismo. Un recinto para paisanos chinos era lo que
necesitaban, sin saberlo.
Ante esta carencia y la gran cantidad de chinos desplegados en Talara, Sullana, Piura y zonas aledañas, el cónsul de aquella época, recordado como “el embajador Max”, incentivó la construcción de una Beneficencia China en Piura, la primera y única hasta el día de hoy. Se eligieron a paisanos líderes, entre ellos el suegro de Maricucha, para conformar la primera directiva. Para su fundación, la asociación recibió aporte económico de empresas peruanas, como la cervecera Nicollini y de negocios chinos.
La primera directiva de la Beneficencia. Cuando
alguien llega al recinto, se les saluda con un ritual de palillos de incienso,
como muestra de cariño y respeto hacia los paisanos que aportaron en la
apertura del local.
Desde sus inicios, en la Beneficencia se juntaba
dinero para apoyar a los paisanos que recién llegaban a la ciudad. Pero, la
condición era que este sea devuelto cuando ya estén bien posicionados. Hoy en
día, este recinto, ubicado en la calle Loreto, en medio de dos pequeñas
peluquerías, sigue acogiendo a la comunidad china. Se reúnen cada mes, celebran
tradiciones como la fiesta de la luna, el año nuevo chino y en el comedor los
paisanos más jóvenes practican Kung-fu para conseguir el equilibrio que les
exige la danza del león, una práctica que, según el profesor de la
Beneficencia, Elías García,
mantiene viva la cultura porque tiene principios y valores que coinciden con el
cristianismo desde la óptica china. “No lo vemos como únicamente una academia
deportiva, sino como cultura”.
La cabeza de esta asociación es Maricucha Chang, quien
aún no domina muy bien el idioma. Ella, a pesar de ser pequeña y amable, es una
líder innata de carácter fuerte. Se mantiene firme cuando le preguntan si
alguien que no es descendiente chino puede formar parte de la Beneficencia.
“Solo paisanos”, dice. Pero, a pesar parecer un poco nacionalista, la señora se
siente una piurana más y celebra las tradiciones peruanas como cualquier otro
compatriota.
Maricucha se siente tan piurana que, cuando despectivamente le gritan “china”, ella, con el corazón en el pecho, responde: “Yo no soy china, yo peruana”.
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