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El terremoto de Ancash de 1970: un sismo después del sismo

José Antonio Salazar Mejía (66) recuerda a Huaraz como un pueblo provinciano de la Sierra, muy conservador y religioso, con calles estrechas de adobe cubiertas con yeso y muy pintorescas, donde las familias se conocían y la gente se reunía en la Plaza de Armas. Pero todo cambió en cuestión de 45 segundos o, al menos, así es como lo siente él.

Ese domingo 31 de mayo, la familia de José Antonio acababa de almorzar y todos estaban atentos a la radio porque se inauguraba el ansiado mundial México 1970. El partido acabó a las 3 de la tarde y México y Rusia empataron. Los padres de José entraron a descansar, su hermano se fue al cine y él se quedó dibujando en la sala a los Beatles en su submarino amarillo, hasta que todo empezó a temblar.

Pensó que pasaría en cuestión de segundos, pero no fue así, el movimiento telúrico se hizo más fuerte y tuvo que salir corriendo hasta la puerta de entrada del Sahuan, del cual se aferró mientras las tejas y paredes del frente se caían y Huaraz se llenaba de polvo.

Todos los vecinos corrían desesperados: pensaban que “el agua se venía” como en 1941, año en el que un aluvión, posterior a un sismo, arrasó con la mitad de la ciudad.

10.000 heridos, 10.000 muertos. La mitad de la población de Huaraz se salvó. Muchos vecinos y familias completas perecieron. “Ya no había colegio, mis amigos estaban muertos, desaparecidos o heridos, no había que comer, ni agua, y los que nos salvamos, tuvimos que enfrentar otra realidad”, cuenta José Antonio, quien en ese entonces solo tenía 15 años.

La primera noche, los vecinos armaron carpas y dejaron la ciudad. Tuvieron que buscar abrigo y alimento, de acuerdo con José, era como si fuesen personas de la época de las cavernas. Su misión era sobrevivir. Nadie pudo dormir. “Era una ciudad bombardeada en la que tenías que ver cómo te las arreglabas", así describe a Huaraz después del desastre.

Cuando amaneció, empezó la búsqueda de muertos y desaparecidos. Esta estuvo a cargo de los trabajadores de la mina Santo Toribio, los nuevos bomberos frente a la falta de una autoridad organizada en ese entonces.

José Antonio recuerda que, al tercer día, estaban los sobrevivientes en las carpas buscando pilas para la radio y así poder escuchar el partido de Perú contra Bulgaria. Por 90 minutos, se olvidaron de todo y gritaban de felicidad por el gol de Cubillas que le dio el triunfo a la blanquiroja.

Estuvieron incomunicados por 10 días, hasta que llegó el ejército, enfermeras y habilitaron un aeropuerto que facilitó el traslado de los heridos hasta Chimbote. Aun así, hubo un malestar general porque la ayuda, que era para Huaraz, se quedaba en Lima.

“El sismo después del sismo”

De acuerdo con el testimonio de José, el gobierno militar infló la cifra de fallecidos y esto generó un sentimiento de respaldo internacional. No obstante, a pesar de toda la ayuda brindada a los damnificados, los huaracinos sentían que “les curaban la parte física, pero la mental nadie la trabajó”. Un año después, cuando José vuelve a casa, la ciudad les pertenecía a los militares. Expropiaron todo y, por lo que tenías, te daban bonos con los que uno no podía recuperar el terreno de su antigua casa. “Por eso los verdaderos huaracinos no viven ahora en la ciudad”, expresa José.

No solo les arrebataron sus casas, sino también la identidad cultural de Huaraz, y levantaron una ciudad de costa en plena sierra sin identidad. Antes del sismo, todo en la ciudad tenía su razón de ser, pero esto no se respetó. Hicieron experimentos bajo la excusa de la descentralización y la búsqueda de una ciudad moderna.

Después, con la reforma agraria, el huaracino perdió, además de su casa, sus tierras y pequeñas chacras. Ya no tenían nada, solo unos cuantos bonos sin valor.

Ante todas estas injusticias, se aprovecharon de los huaracinos porque perdieron su voz después del sismo. Tomó tiempo hasta que los damnificados reclamaron sus derechos y se plantaron afuera del terreno donde alguna vez vivieron. Fueron desalojados con palos y bombas lacrimógenas, pero surgió, por fin, un sentimiento de rechazo a lo que significaba el gobierno de Velasco y los reconstructores: “el sismo después del sismo”.

La carretera que cambió el panorama

“Vino la carretera y de la noche a la mañana se dio el boom del turismo”, sostiene José. Esa ciudad conservadora que se conocía antes del sismo, se volvió atractiva por su nueva vida nocturna.

José Antonio cuenta que él y su hermano escaparon de sus demonios por medio de la música. Cada uno veía la forma de sanar y canalizar sus frustraciones. Recuerda que Huaraz se convirtió en una ciudad igual de atractiva que Machu Picchu, pero duró poco. Llegó Sendero y el turismo murió.

Después llegó Fujimori y se dio otro cambio. “Después del terremoto, hubo un cambio tras otro y se volvió imposible volver a esa vida bucólica que teníamos antes. Esa vida romántica e idealista”, añade José Antonio.

 

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