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La sorpresa del lápiz

La sorpresa del lápiz 

Montado en una inestable yegua, rodeado de simpatizantes y su característico sombrero de paja palma, así llego el candidato presidencial, Pedro Castillo, a emitir su voto en su ciudad natal de Cajamarca.

 Toda la fiesta democrática estaba siendo emitida en vivo y en directo por los noticieros nacionales. Ese domingo me levanté tarde, casi a mediodía, y al prender el televisor vi en las noticias tal espectáculo. Se trataba de un señor, que nunca antes había visto, tratando de llegar hasta su centro de votación montado en una yegua.

“Pedro Castillo: candidato presidencial de Perú Libre”, decía el título de la noticia. No tuve la oportunidad de verlo en el debate realizado por el JNE, pero recordé haber escuchado a mi mamá decir: “cuidado con Castillo, no ganan esos candidatos como Aliaga o Hernando, sino los que están con el pueblo” En su momento, este comentario me pareció ingenuo. ¿Dónde estaba este señor en las encuestas?

 Las semanas previas al 11 de abril, toda la artillería pesada iba en contra de la controversial Veronika Mendoza y su millonario plan de gobierno, a duras penas difícil de costear. Se escuchaba la palabra “nacionalizar” y unos ya se imaginaban al país convirtiéndose en Venezuela, mientras que otros desconfiaban de la satanizada ley de enfoque de género.

 Otros medios de comunicación se encargaron de Rafael López Aliaga, el jurado enemigo de la “prensa mermelera”; sin embargo, las encuestas lo perfilaban como el ganador. Unos soñaban con una segunda vuelta entre RLA y Hernando De Soto, y con eso estaban tranquilos.

 Había esperanza y buena cara con las elecciones del bicentenario. Nadie se esperó votar entre “el cáncer terminal y el sida”, como una vez dijo Mario Vargas Llosa con respecto a una segunda vuelta entre Keiko Fujimori y Ollanta Humala, en ese entonces agitado 2011.

 5, 4, 3, 2, 1. Todos los peruanos vivimos con angustia esa cuenta regresiva de América Televisión. Salió el primer flash electoral de América IPSOS y, para mi sorpresa, no salió el candidato que esperaba. “16.1% para el candidato Pedro Castillo”. El señor del sombrero de paja que intentaba domar a la yegua y poco conocía.

 Me causó gran sorpresa verlo primero. A mis conocidos también, ya que “la segunda vuelta es entre RLA o HDS”. En redes sociales nadie hablaba del líder de Perú Libre. Twitter, que es erróneamente visto como la voz del pueblo, tampoco lo mencionaba. Las encuestas menos.

El fenómeno Pedro Castillo creció en las últimas semanas, justo cuando los medios no podían mostrar públicamente más resultados. Estaba entre los primeros y nadie lo supo hasta ese duro domingo 11 de abril en la noche.

 Minutos después del flash electoral busqué información sobre Perú Libre y su candidato. Quedé estupefacto con solo leer unos cuantos puntos y me pregunté ¡¿Quién votaría por este señor?! No lo entendía, teniendo a otros candidatos tan diferentes, ¿por qué él?

 En un primer momento, mi visión no fue completamente objetiva y estaba deliberadamente sesgada. No fue un fraude electoral, o mera suerte como muchos queríamos creer. Castillo ganó en al menos 15 regiones, entre ellas Huancavelica, Madre de Dios, Junín, Ayacucho, etc. No ganó en una ciudad centralizada como Lima, o en otras como Piura. Pero he ahí la sorpresa, más de esos 2 millones de votos que obtuvo a nivel nacional vienen de un sector del país que solo conocemos cuando estudiamos geografía del Perú en el colegio. El Perú profundo, olvidado por los ciudadanos y por el mismo Estado.

 Recién a mediados de 1980, el voto dejó de ser exclusivo para los ciudadanos que sepan leer o escribir. Se democratizó y universalizó el derecho al voto: los analfabetos ya podían decidir quién los representaría a través de las urnas. Campesinos y aborígenes andinos y amazónicos formaron parte de un nuevo Perú, uno que los había visto como una ciudadanía inferior por años. La voz del pueblo dejó de referirse únicamente al pueblo instruido.

 El voto femenino llegó 30 años antes que el voto analfabeto. El campesinado vivía como extranjero en sus propias tierras. Para ese sector del Perú, el régimen feudal nunca desapareció. Los agricultores eran mal pagados y explotados. Y su premio por tanto trabajo era la “bondad” de su patrón para que puedan sembrar comida para su familia en una pequeña parte de sus tierras.

 Tras el golpe de Estado institucional llevado a cabo por Velasco y las FFAA, el 3 de octubre de 1968, empezó la primera fase del famoso Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas del Perú, en otras palabras, empezó la dictadura militar que tanto daño le hizo el país. Un año después, en 1969, empezó la reforma agraria de Velasco. Su ejecución no fue la más sensata, ya que se expropiaron tierras ajenas y la distribución indiscriminada ocasionó que estas lleguen a manos de agricultores que no sabían cómo administrarlas y, eventualmente, muchas haciendas terminaron en ruinas.

 De todo el caos que trajo la reforma agraria se puede rescatar una cosa: la liberación del campesino. La discriminación y el racismo sistemático no desaparecieron-siguen vigentes hasta el día de hoy- pero en el Perú de ese entonces se dejó de ver a un patrón apoyándose en la espalda de su trabajador para subirse a su caballo. Ese régimen feudal murió con la reforma.

 Se reivindicó al cholo y nació un nuevo ideal de peruano. La canción de Luis Abanto Morales se convirtió en un éxito nacional. “Cholo soy y no me compadezcas”, cantaban al unísono.

 Este grupo campesino fue reivindicado, pero nunca salvado de su estilo de vida precario. Pusieron sus esperanzas en la reforma agraria, luego confiaron en un nuevo gobierno democrático. Todo seguía igual. Pero el campesinado no desapareció. Nunca perdió su voz.

 Desde el gobierno de Alejandro Toledo este sector de votantes se unía paulatinamente. En las elecciones del 2011 su voz tomó más fuerza, y Ollanta Humala, que simpatizaba más con las necesidades e ideología de este sector, pasó a segunda vuelta.

 De cara al bicentenario el lápiz fue una gran sorpresa. Ese grupo que desde 1980 tuvo derecho al voto ejerció su derecho y se puso de acuerdo en las urnas. Cada votante tiene una racionalidad distinta según su realidad y es aceptada, pero el señor del lápiz no les cambiara la vida como ellos esperan. Nos hundirá a todos por igual.

 Hoy, 29 de abril de 2021, nos enfrentamos nuevamente a elegir entre dos males. Un profesor que simula ser una mansa paloma, pero que abiertamente su vicepresidente y autor de su plan de gobierno se denomina como marxista leninista. Se trata de un candidato que admira a dictaduras como Venezuela, que no cree en la inversión privada, el enemigo de las empresas trasnacionales y con congresistas con juicios pendientes por terrorismo. En la otra mano, tenemos a la hija de un ex dictador, que enfrenta 30 años en prisión por lavado de activos, corrupción y ser la presunta cabecilla de una organización criminal.

 Los peruanos estamos en una encrucijada y tenemos que elegir entre dos variantes del COVID, una más letal que la otra. El 6 de junio el pueblo peruano decidirá el destino del país. La incertidumbre es alta y las probabilidades de perder la democracia también lo son.

 ¿Empezaremos el bicentenario siendo un país libre, o regresaremos a un régimen autoritario?

 


 

 

 

 

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