Ubicada a tres cuadras al sureste del Óvalo Grau, la Av. Los Cocos de la Urbanización Grau, calle que me vio crecer, se fue gestando desde los tiempos de mis abuelos: cuando Piura era solo desiertos de arena pálida, un reino de fuertes algarrobos y una ciudad de pocos habitantes. El correr de los años convirtieron a esta calle en una completa desconocida para quienes la vieron nacer. Los Cocos perdió su encanto y se fue deteriorando mientras Piura crecía y más carros empezaban a circular por nuestras pistas; dejó de ser esa calle pintoresca que mis abuelos recuerdan con nostalgia. Las emblemáticas palmeras que rodean al famoso “parque con forma de plátano”-conocido así por los vecinos- han perdido su vitalidad, ya no brillan ni irradian la luz de antes, la sensación de estar en una playa paradisiaca que emitían fue reemplazada por un sentimiento de decadencia, sus grandes hojas en corona al final del tallo ya no son de un color fuerte y llamativo: un débil amarillo grisáceo sin vida se apoderó de ellas y, eventualmente, de mi calle también. Parece como si las hermosas flores, que devotos vecinos y transeúntes dejan al pie de la rocosa y bella ermita de la Virgen ubicada en el corazón del parque, les hubiesen absorbido la vida.
Las
pistas y veredas pavimentadas de un concreto asfalto digno de elegancia y
firmeza solo viven en la memoria de los vecinos. La furia de las lluvias
destruyó las pistas, dándoles un aspecto fantasmal propio de una vecindad que
ya no espera nada de sus habitantes. Las llantas de los carros evitan
temerosamente los huecos y bloques de cemento colocados en el camino. Las
veredas que antes eran simétricas se convirtieron en el claro ejemplo de descuido
y abandono, perdieron su forma, dejando al jardín cada vez más expuesto. El
parque con forma de plátano perdió su magia decorativa y ornamental, ese amplio
jardín que una vez fue de un color verde intenso como la menta es ahora un
arenal decrepito que se confunde con pista. El polvo se está apoderando de la
calle.
Las
casas no han perdido su encanto, a pesar del polvo que las cubre y las
telarañas que no las dejan respirar siguen siendo las mismas en apariencia. Sin
embargo, los vecinos que las habitan no son los mismos de antes, se han
convertido en completos extraños. Esos vecinos que salían a conversar a
cualquier hora, los niños que reían y montaban bicicleta, las señoras que iban
de puerta en puerta a cotillear...ya no existen. La calle se ve desolada y
triste. Los vecinos ya no comparten sus vidas, ya no son la familia que eran
antes. Cada uno vive detrás de su puerta.
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