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Escupiéndole a la enfermedad





En las laderas de un cerro poblado, donde el débil gris que envuelve la atmósfera se confunde con las humildes casas de color tierra que conforman una comunidad perfectamente hacinada y empobrecida, se encuentra ubicada una pequeña casa que parece no haber sido terminada. La pared de esta vivienda muestra el contraste entre el blanco, casi gris y desgastado, y el marrón anaranjado de los ladrillos que sobresalen y forman un rompecabezas perfectamente delineado por el exceso de cemento; son los colores vivos de las prendas, que cuelgan de una soga y se mueven tranquilamente por el viento, los que le dan vida a este tenue escenario.

 Dentro de la casa, sentada en la sala que también es cocina, Jelen Ramos, una mujer de tez morena, rostro cansado, y ojeras cubiertas por un oscuro maquillaje que combina con sus pupilas de color cuervo, le cuenta feliz a su hijo Frank las buenas noticias: ya se curó de la fuerte enfermedad que pensó que acabaría con ella y la hizo luchar por más de 6 meses.

***

Jelen salió de la ducha. Empezó a toser y parecía que no se podía detener. El miedo se apoderó de ella y la obligó a ir a los consultorios externos del Hospital Nacional Dos de Mayo cuando de esta tos brotó sangre.

 Los resultados estuvieron listos en un par de horas. Jelen salió del hospital sabiendo lo que temía: tiene tuberculosis multidrogo, la enfermedad que mató a su tío y la hace preguntarse qué pasaría con sus hijos si la mata a ella también.

 Los primeros 3 meses de tratamiento fueron sofocantes para Jelen. No veía cambio alguno y se sentía peor que antes. Entró al segundo esquema. El miedo crecía y las ganas de seguir combatiendo al bacilo de Koch se esfumaban. Las inyecciones, pastillas y medicamentos tenían efectos adversos que destrozaban a Jelen. Su hijo veía como su madre alucinaba, vomitaba y tenía dolores de cabeza que la postraban en cama.

 Uno de los peores días de depresión fue cuando Jelen dijo que ya no podía seguir con este tratamiento. Su hijo Frank lloraba, pero él era fuerte. Convenció a su madre de luchar y salir adelante con él y la pequeña Angie. Frank se convirtió en su motor y el nuevo jefe del hogar.

 Jelen estaba dispuesta a tener un final diferente al de su tío. Sin embargo, aun así, la situación no mejoró del todo. Durante un tiempo del tratamiento Jelen no pudo recorrer las calles de Gamarra, convenciendo a los transeúntes del económico precio de sus cortinas. La situación obligó a esta vendedora ambulante a vender todas sus cosas. El alquiler del taller y comida de sus hijos no se iban a pagar solos por los siguientes meses. Solo se quedó con una cama. Y, a pesar de sentirse peor que nunca, empezó a salir de nuevo. Siempre al lado de Frank.

 Había días malos en los que pasaban toda la noche en el taller y dormían en el piso. Pero al mismo tiempo días buenos gracias al dinero que Frank ganaba en partidos de fútbol, y se daban el gusto de desayunar leche y jamón. Con tan solo 15 años, Frank tenía la responsabilidad en sus hombros. Se empezó a hacer cargo de todas las tareas del hogar, pues sabía que su madre estaba lo suficientemente débil para sostener una escoba o lavar ropa.

 Todos los días Jelen iba al Centro de Salud El Pino para recibir su tratamiento. Este suele ser un lugar triste al que nadie quiere ir, pero Jelen se sentía a gusto allí. Todos en la posta la trataban con cariño y respeto. Durante este tratamiento no fue discriminada. Y ella sabía lo afortunada que era de tener un doctor, enfermeras y compañeros que no se alejaran con miedo y asco al escuchar la palabra tuberculosis.

 Fue en esa posta el lugar donde Jelen recibió una de las primeras mejores noticias que había tenido a lo largo de meses de agonía. La ONG Socios en Salud la ubicaron en la posta y en los tétricos pasillos de El Pino Jelen les contó su historia. Le ofrecieron un préstamo y usó el dinero para comprarse una máquina de coser. Desde que la máquina se sumó al equipo de los Ramos, Jelen y Frank ya no tenían que pasar malas noches durmiendo en el piso del taller.

 El proceso fue difícil, más largo y exigente en comparación a los otros tipos de tuberculosis. Madre e hijo a veces discutían, pero durante todo este tiempo se apoyaron mutuamente para seguir adelante. Ahora, con 8 kilos más y un ánimo que nadie puede apagar, Jelen escucha sentada en el consultorio del doctor una noticia que no puede esperar para contarle a su hijo.

 La vida le dio una segunda oportunidad a Jelen. Ahora debe empezar a vivirla.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



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